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PINTARÁS LA PAZ

                                 A Juan Alfonso y Lidia

         Una dura mano empuña el añico que sobrevivió de aquella guerra. Es un fragmento de pedernal frío sobre la palma terrosa que incrédula del hallazgo lo acerca a los ojos: su filo graba en la terracota quebrada del rostro una ráfaga de sonrisa... ¡después de aquel caos! Este minúsculo trozo de piedra oscura y turbia guarda en su memoria de arcano milenario lo único que queda de la otra Tierra. Hubo un tiempo donde la geometría del sol y la luna formaban el círculo de la Historia, rotaban las crónicas y los sucesos en un devenir protector de la armonía, hasta que el atronador murmullo de la confusión azotó al Hombre con fuego y el lienzo blanco del horizonte comenzó a teñirse, a irisarse de metales rasgando la transparencia que había entre cielo y tierra...

         El niño contempla este cuadro que un pintor ha profetizado. Lleva entre sus dedos una cartulina inmaculada y en el bolsillo del pantalón la nota de su maestra: «Pintarás la paz». Sobre sus hombros el hermoso repertorio de un diccionario comparte la danza de los lápices de colores dentro de la mochila: blanca toda es la paz como blanca la paloma de la inocencia con que inundó los cielos Picasso. Azul los ríos que surcan la piel de la vida donde palpita al rojo el corazón de los sentimientos; verde para que florezca un jardín cuajado de tiernos ramos de esperanza; amarillo el sendero por donde transita el futuro; naranja donde duerme la luna en la cuna del horizonte y áureo como se despierta el sol sobre el algodón mullido de las albas nubes; violeta la humildad amorosa de las violetas... y añil, lila, púrpura y ... todo el arco iris esperando al demiurgo que distribuya su paraíso en el rectángulo mágico de la cartulina.

         Ayer la maestra les había enseñado que Newton no sólo descubrió la fuerza tan seria de la gravedad rompiendo una canica multicolor que dejó caer desde la altura de su nariz y se estrelló contra el suelo, sino que también este señor físico experimentaba con la luz y el color y hablando de una de esas leyes la maestra les leyó que éste dijo (está apuntado en su cuaderno de plásticas textualmente): «...como cuando el poder de la Fantasía que hace que veamos Colores en un Sueño, o cuando un loco ve cosas que no existen; o cuando al golpearnos un Ojo vemos fuego, o cuando al presionar el rabillo de nuestros Ojos vemos Colores como los del Ojo de la Pluma de un Pavo Real». A él sólo se le ocurrió decirle a la maestra lo terrible que puede ser la ley de la fuerza de la gravedad, por culpa de esta ley tan injusta su abuelo fue atraído por la masa enorme de un perro y ahora debe ir bastante fastidiado a un especialista en caídas de perros para que lo cure y respecto a lo otro, como vive en una ciudad donde no hay zoo nunca ha visto el ojo de la pluma de un pavo real y el único pavo que conoce sólo lo ve desnudo y asado el día de Navidad.

         Y como la maestra aprovecha cualquier excusa para recitar en cualquier momento o situación una poesía («rizar el rizo» como dice tantas veces su madre): en clase de matemáticas, sociales, plástica o de literatura que sabe un montón y que como ella dice practica a su modo algo así como la enseñanza «interactiva» aunque no esté en el programa y le llamen la atención en sus clases tan particulares de religión, en esas en las que se juntan todos los maestros en el claustro y se confiesan lo que hacen o lo que no hacen pero que deben hacer... bueno, pues también para que pinten la paz les recita un poema de Manuel Pacheco porque qué casualidad que hoy trece de marzo de dos mil hace dos años que se ha muerto y aunque «no sepáis quién es» dice ella, pintaba la paz con las palabras y en un poemita del que sólo pudo apuntar el final rápidamente, titulado Para tirar al blanco, Pacheco pintó que oía desde el balcón de su casa cómo reventaban globos, porque era un niño en la guerra aquella de España y decía: «Son los soldados que aprenden a matar tirando al blanco»... la maestra le hizo un corte en el cuaderno para separar un verso de otro y separó las palabras aprenden en el reglón de arriba y a matar seguía en el de abajo. Pero esto sólo era una excusa que venía muy bien a la paz que tenían que dibujar porque después para no tener problemas con los colores va y les recita otra vez a Manuel Pacheco, que en otra poesía le pregunta a un amigo suyo pintor que se llama Vaquero Poblador una pregunta que es: «¿De qué color es el color del color?» y a él le pareció que iba muy bien para su tema porque le dio tiempo a dibujar, digo escribir unos versos sueltos: «Los gusanos de los tubos mezclan sus cuerpos», «El color del color es del color del sueño»... aquí en este se dio perfectamente cuenta de que entre Manuel Pacheco y Newton tuvo que haber cierta relación o algún tipo de amistad...De todas formas era muy fuerte lo que seguía aunque dijo la maestra que los poetas se toman ciertas licencias llamadas literarias y que una de esas es la metáfora y de verdad al recitar la maestra el final él vio lo que pinta Pacheco que le pintó Vaquero Poblador: «El pintor le cortó la cabeza clavándola en un cuadro que el poeta tiene colgado en los sonidos azules de su casa», no le enseñó el cuaderno para que no le cortara los versos. 

         Pintar la paz no es nada fácil, sobre todo cuando escuchó por la radio esa tarde que en Kosovo un niño de once años, que es su edad, se murió cuando jugaba al fútbol porque la fantasía esa que tienen los niños de todos los países, no sólo de España, que disfraza cualquier cosa de balón, hizo que unos tubos amarillos que encontraron los amiguitos en el suelo se convirtieran en bombas al darles el reglamentario puntapié... Se imagina al niño con el chandal del Real Kosovo que seguramente se lo traerían los reyes como a él, todo pintado de rojo, sobre un hermoso campo de fútbol cuajado de florecitas amarillas que sembró la Otan con semillas de paz para que acabara la horrible guerra. 

         Ha cerrado los párpados para que no se le escapen las imágenes y de repente ha sentido lo mismo que aquella tarde que se atiborró de pepinillos y cola, lo mismo que el anuncio de la tele donde el estómago se convierte en una lavadora...

         El misterio o el poder incontrolado de la mente lo empuja en un remolino de sensaciones, como en los dibujos animados donde un huracán arrancó y se llevó por los aires la casa de la niña del Mago de Oz y como no tiene donde agarrarse aprieta con fuerza los ojos y pide mudo de miedo que alguien le agarre por los tobillos porque él también va a volar y en semejante momento se acuerda otra vez de su maestra que en una de esas salidas extraescolares, pero en clase de inglés, va y les lee unos fragmentos de El Prencipinu en castúo que se empeñó en traducir Antonio Garrido, igual que otro día leyó un cacho de El rey león y sólo entendieron con claridad los yes, los and, Simba, Nala y Zazú y que si apuntó en su cuaderno la frase en extremeño fue porque la escribieron en la pizarra: –Altoncis, ¡Tamién  vienis tú de pa´l cielu! ¿De cualu planeta eris? Cuando se lo contó a su abuelo, éste le dijo muy serio que los idiomas o las lenguas no deberían ser barreras para los pueblos, que él toda su vida había hablado como recitando La nacencia de Chamizo y su abuela le canturreaba a su madre en portugués ¿Onde vai o passarinho?

         Todo giraba en su cabeza que ahora era un repión veloz... Se ha convertido en un nómada errante por el Tiempo, un túnel negro y veloz lo ha engullido como una planta carnívora a una mosca: ahora empuña un hacha de sílex, lanza un canto rodado con la badana de una honda, afila la punta de una flecha de obsidiana, blande un puñal de cobre o bronce, danza su muñeca con el hierro de una espada... Se ha visto al acecho vestido con pieles de bestias y vencido por el peso de una armadura... Ha visto relámpagos de niñez y adolescencia truncadas con ardor guerrero. Acosado en la telaraña del tiempo ha huido de la visión del Pasado y fustigando sus ojos apretados se le ha filtrado por las pestañas el mapa tan erosionado del Presente y antes de sentirse ratoncillo en el laberinto hacia ninguna parte del Futuro, de repente ha despertado.

         En su cartulina, que entrega mirando a los ojos dulces de versos de su maestra, grabado el rostro en espejismo de la Paz: ternura nívea de otro lienzo de papel en blanco. Y saca del bolsillo de su pantalón vaquero la nota que apuntó de una enciclopedia, ni la falta de ortografía (siempre la muda que se olvida porque es una letra que como no suena...) impidió que Gandi dijera: «No hay camino para la paz, la paz es el camino».

         A la maestra se le escapa un propósito de Blas de Otero que sin querer, al azar, ha venido humanamente hablando a ayudarla a releer fiel los tesoros de la poesía que grita: Pido la paz y la palabra y siente que tiene en sus manos la arcilla fresca del alma de sus niños que también ruegan por la paz que destrozan las nubes: ¿Por qué sigue lloviendo sobre mojado en Mozambique?

Haremos una imagen

tan nueva, que los ojos se despierten...



Enlaces:

El galo moribundo Poema de Rosa María LencerO   

Web de poesía visual con cinco poemas recitados por la autora

Hablas de Extremadura en la red 

Portal de Dialectología Hispánica desde un balcón digital extremeño.


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