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Rosa María Lencero

Navidad 2001

Que este día que amanece

tiene su Oriente entre pajas.

Romancillo de la Aurora. Navidad de 1965

Julio Cienfuegos

 

Nuestra Señora de la Coronada

Iglesia de San Martín. Trujillo (Cáceres)

Estatua románica

 

 

 

El costurero de un convento: dos novicias ante un braserillo bordan un tapiz tejido durante años para la capilla de la Virgen con el Niño. Es el 24 de diciembre del año mil uno.

–¡Qué alegría que no terminase el mundo en el año mil, me hubiera dado coraje no acabar el tapiz!

–Dice la abadesa que este nuevo año que viene de camino hay que vencer tres tentaciones: no escuchar cantinelas por la tapia, no comerse la fruta del huerto y no hacer rabiar al limosnero.

–¡Qué aburrimiento Leonor!

–¡Constanza qué tedio!

–¡Bordando otra Natividad del Señor! ¿No te sientes cautiva en este pobre convento?

–Sigamos, ya oscurece… terminemos. Al fin la Madre del Niño Dios tendrá dosel.

Fuera se oye pasar gente de la aldea tocando sonajas y panderos.

–Desatinada cosa me revuela en la cabeza…¡Hay noche para bordar y colgar el tapiz a la aurora! Miremos por el portillo.

Se asoman. Los mozos cargan odres de vino y cestas con hogazas. Huele a capones asados y las mujeres cantan villancicos:

La oscuridad relumbra de hogueras

porque Dios es nacido

y la Virgen María le tapa del frío…

–¡Tiran de mí los pastores, Leonor!...

Se le agarra a la manga y las sacan a la calle. Se encuentran en mitad de la algarabía.

 –¡Qué risa me da la alegría y qué melosa es la dulzaina!

Llegan a la plaza. Arden troncos de encina; sobre las brasas hay calderos de migas. Bailan hasta que caen rendidas y se duermen al calor de los recoldos. Amanece.

–¡Despierta Constanza, salió el sol... los rebaños pastan, las mozas pasan con cántaros de agua! Leonor, asustada, mira en dirección al convento ¡Hoy es Navidad, faltamos las dos y no acabamos el tapiz!

–¡Dios nos valga! ¿A dónde iremos huyendo? Entremos con sigilo, diremos que cansadas de bordar, soñando, nos perdimos...

Cruzan el portillo con el corazón temeroso. Escuchan cánticos de júbilo. Extrañadas entran en la capilla. La abadesa corre hacia ellas con los brazos abiertos.

–¡Benditas manos las vuestras! ¡Tenéis el semblante cansado y enrojecidos los ojos de bordar esta maravilla que es como un milagro! Señala el frontal del altar y el cabecero de la capilla. ¡Nunca se vio nada igual! ¡Y habéis trabajado sin vela que os diera luz, con fatiga, sin descanso...!

Atónitas, contemplan desde la bóveda al suelo resplandor de estrellas de perlas, hilos de plata y el fondo de terciopelo azul donde se recorta la figura de la Virgen... Se acercan mudas de asombro al altar y tocan el paño de seda con rayos de sol en oro. Antes de caer sobre las losas, miran sus dedos pinchados de empujar la aguja: la piel de las yemas como cuentas de coral engarzadas con hilos rojos.