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Manifiestos culturales

 

El hierro es un caballo salvaje*...

Manifiesto literario de Luis Álvarez Lencero

Circa 1983

 

-1-

El hierro es un caballo salvaje, rebelde, que por noble y lleno de ímpetus se deja domar a espuela de martillo, a caricia de varonías, a mano firme sobre sus volcánicos latidos. La carne de hierro se deja vencer cara a cara, en una lucha terrible, titánica, que al fin se somete, se entrega, ante la verdad de tus sudores, de tus heridas, de tus músculos cansados, cuando el alma expectante se te asoma por los poros del cuerpo ante la obra que estás creando. Lo mismo pasa con la palabra. Difícil el lenguaje del hierro. Difícil también el resudar ese águila de la palabra que te nace desde las mismas raíces de tus huesos. La ductilidad y la obediencia corresponden a tu auténtica entrega por poeta y escultor amasados en hombre, a lágrima viva, a corazón golpeado, a grito en pie sobre el papel o sobre el yunque.

-2-

No he pasado desde un arte a otro. Soy poeta por  encima de mi propia vida y de mi propia muerte. Camino. Empuño la poesía desde este río de mi sangre, por y para el pueblo. Desde esta plaza de mi pueblo interior donde me lloran los glóbulos, donde me arden las palabras y se me hacen águilas y espigas, pedazos de pan y goterones de sangre. Llevo sobre un hombro a mi madre la Poesía. Y sobre el otro, todo el peso, la sensibilidad y el lenguaje de mi escultura férrica. Yo he nacido para morir de bruces sobre la poesía, para clavarla vertical sobre el mundo, para  gastarme hasta el último pedazo de hombre que me quede en estas manos mías, y cantar con la boca preñada de pueblo, de amor, de justicia, de libertad y de destino sobre las calles del tiempo. Poeta y escultor con toda mi savia ibérica.

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Sí. He puesto mi vida y mi obra al servicio del Hombre.

Lucho por el Hombre a bocajarro. Toda mi fuerza honda, toda mi sensibilidad a flor de piel, todo mi desgarro, mi voz, mis callos, mis sudores, mi verdad, mi pena, mi alegría, mi esperanza, todo el hombre que llevo al "hombro" de mi esqueleto está para siempre al servicio de la salvación del Hombre. Mi poesía social y mi expresionismo escultórico, o la otra vertiente que amo y siento hasta los tuétanos, el arte abstracto, están en pie de guerra y en pie de paz por el Hombre, por instinto, por reflexión, por imperativo de mi propio ser y porque me cumplo en mi destino hacia el futuro en la certidumbre de que piso y paso por el presente con honradez, con verdad, con sinceridad y con hombría.

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Soy extremeño hasta los tuétanos. Nuestra hermosa y seria Extremadura, cenicienta, machacada, herida a puntapiés de bota, a desprecios y olvidos, propicia a parir hombres-machos y mujeres-flores, llorando tierra, empuñando arados y libros, masticando dolores y tormentas, hija del sol, prima de la lluvia, fecunda y tierna, dura y extrema, se levanta, crece, arrolla, clama, y grita desde sus encinas, sus ríos, desde sus lobos, debajo de su cielo más azul, encima de los surcos más vientres de madre, incontenible, capaz de empuñar las hoces para matar los cardos de la guerra, o amontonar los hijos de una paz que sólo conocen los hombres más hombres de este mundo. Si yo no hubiera nacido en Extremadura me querría morir para nacer en ella. Mis queridos campesinos, mis hermanos del campo, por favor, cuando me muera sembrar-

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me en uno de vuestros surcos extremeños porque quiero

nacer de nuevo en esa tierra bendita que me parió. Yo también soy campesino, y el corazón se me sale por la boca.

Extremadura me ha dado todo. Recibí el sudor de las encinas. Cuidé el ganado cuando niño. Amasé tierra con trigos. Crecí allá en sus anchos y hondos atardeceres, junto a las trompetas de los gallos madrugadores, bajo el sol caliente de los mediodías. Nuestros ríos me lavaron lágrimas y cansancios. Trabajé mucho y aprendí la gran lección de ser hombre. Amo a Extremadura con rabia, me muero por ella, y la empuño, la llevo, la doy, la reparto, la siembro por todos los surcos de los surcos. ¡Extremadura, gracias por haberme parido, no te defraudaré, tierra y madre mía!

 

 

 

*Conservado en el archivo familiar de Juan M. Tena Benítez

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