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dialectus.com se honra en poner a disposición del lector las palabras que el Director del Diario HOY pronunció después de ser investido con la Medalla de Extremadura.  

A petición nuestra su autor gentilmente nos ha remitido el texto completo, gesto que le agradecemos. 

Los conceptos de ser extremeño y extremeñidad tienen en la visión de Teresiano Rodríguez una  definición muy positiva en el marco de la sociedad glocal en la que estamos inmersos.

 

 

 PALABRAS TRAS RECIBIR LA MEDALLA DE EXTREMADURA

 Por  Teresiano Rodríguez Núñez

 

Hay momentos -y este es uno de ellos- en los que se agolpan en el ánimo muchos sentimientos, todos agradables. Pero por alguna esquina del alma emerge a veces alguno que choca; en mi caso es un cierto sentimiento de vergüenza. No, no se equivoquen. No se trata de una falsa modestia, como si yo me cuestionara el merecimiento o no merecimiento de la distinción que se me acaba de entregar: esa no es cuestión que me corresponda a mi dilucidar; y además, cuando uno ha trabajado y le han pagado por ello, todo lo demás -títulos, medallas, distinciones que puedan hacerle- es algo que se nos da gratuita y graciosamente, ante lo que sólo cabe el agradecimiento. 

 

Y le aseguro, señor presidente, señoras y señores, que yo en este momento me siento enormemente agradecido por más de una razón:-agradecido por el reconocimiento que se hace de mi persona y mi trabajo en Extremadura: si no me justificaran los resultados obtenidos, creo que
siempre me salvará la buena voluntad que puse en lo que hice.-agradecido por lo que la concesión de la medalla supone no sólo para mí, sino para todos mis compañeros de profesión: al fin y al cabo es reconocer que desde el periodismo, si lo ejercemos con honestidad y con rigor, se puede prestar un buen servicio a la sociedad.-agradecido, señor presidente, por mostrar con  hechos que la diferencia de opiniones y la defensa de ideas distintas no tienen por qué llevar al desencuentro entre las personas y menos a la enemistad. Y esto es algo que debiéramos tener muy en cuenta todos, pero  principalmente los políticos.


Usted y yo, señor presidente, hemos recorrido juntos un largo trecho -20 años y creo que importantes- en la historia de Extremadura. Juntos, sí, aunque hayamos  caminado por distintas orillas: usted, por la de la política y la responsabilidad de la gobernación de la Región; yo, por la  del periodismo y la responsabilidad de la dirección del periódico HOY, un medio que creo que tiene una influencia notable en la opinión pública regional. Reconozco que no siempre he sido un compañero cómodo. El periodismo, tal como lo entiendo, no permite a quien lo ejerza responsablemente ser palmero del poder ni portaestandarte de la oposición: sólo en la equidistancia de uno y otro extremo reside la independencia; y solo desde ahí se puede aplaudir unas veces y criticar otras. Puedo asegurar que es en ese punto en el que siempre he querido situarme, y siempre con el máximo respeto a las personas y las instituciones. 

 

Pero hablaba de un cierto sentimiento de vergüenza, porque me doy cuenta que he sido un afortunado:  miles de extremeños de mi generación, los nacidos durante la Guerra Civil o en los años inmediatamente anteriores o posteriores, tuvieron que ir a ganarse la vida en Francia, en Suiza, en Alemania, o en el cinturón de grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao; sin embargo, a mí se me instó para que volviera a Extremadura. En septiembre de 1975, el entonces director de HOY me dijo una frase que nunca he olvidado: "tú puedes hacer aquí un buen trabajo. Además, si los extremeños os vais fuera...¿quienes van a tirar para que esta tierra levante cabeza?". La frase me hizo pensar tanto que dos días después había decidido volver. Recuerdo este hecho porque creo que sólo en ese momento comencé a ser extremeño de verdad y porque allí encontré la clave de lo que significa ser extremeño. A usted, señor presidente de la Junta, le he oído decir más de una vez que no comprende a quienes hablan del orgullo de ser extremeño. Estoy de acuerdo, si el orgullo solo se debe a que su madre estaba aquí en el momento de parirlo. Por solo esa razón, igual de orgulloso se puede sentir un murciano o un aragonés. 

 

 

No hace mucho decía el escritor Javier Cercas que "ser extremeño es una fatalidad". Supongo que no quería decir que sea una desgracia, sino una consecuencia del 'fatum', del destino, de la
casualidad. Por eso, frente al viejo debate sobre qué sea el extremeñismo o la extremeñidad, del que nos venimos ocupando desde Meléndez Valdés o López Prudencio, yo siempre he defendido y he escrito muchas veces, sobre todo a propósito del Día de Extremadura, que el extremeñismo o es un compromiso o no es nada. 'Cum promitere' implica una promesa de fidelidad a esta tierra y a quienes viven en ella, con una connotación social o colectiva. Frente al extremeñismo fatalista, puramente de 'nacencia', el extremeñismo que yo defiendo es personal, voluntario y por lo mismo humano: es extremeño el que quiere serlo, el que se compromete con Extremadura, no importa donde haya nacido. El día que tengamos una sociedad extremeña, un club de extremeños con un millón de socios, pero de los que pagan la cuota -una cuota que no es otra que su trabajo, pero el trabajo bien hecho, tanto da que se sea albañil, médico o profesor: eso sí, que el albañil ponga los ladrillos como nadie, que el médico trate a los enfermos como si tuviera entre manos su propia vida, que el profesor enseñe y eduque a niños y jóvenes como si fueran sus propios hijos-, ese día esta Región habrá cambiado radicalmente.

 

Yo asumí el compromiso con esta tierra hace 27 años y he tratado de ser un buen extremeño, aunque no siempre lo haya logrado. Hoy, la concesión de la Medalla de Extremadura me obliga más si cabe a reiterar ese compromiso, como si de unas bodas de plata se tratara. Lo siento por mi mujer;  por mi oficio y por mi cargo ella está ya curtida en soledades; pero si aceptó el compromiso hace 27 años, no se va a echar para atrás ahora. Acepto la Medalla de Extremadura con todo lo que representa: la cara del alto honor que me proporciona, pero también la cruz del trabajo a que me obliga y que prometo cumplir con la ayuda de Dios.

 

Teatro Romano de Mérida, 7 de setiembre de 2002


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