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ANTONIO VAQUERO POBLADOR

 

 

Poemas para mirar la pintura de Vaquero Poblador (1991)

 Manuel Pacheco

Prólogo de Juan José Poblador

 

A manera de prólogo

   Escribir de Manuel Pacheco es para mí un placer tan grande como escribir de Jesús Delgado Valhondo, cosa que de alguna manera oficial jamás hice porque pretendía el coito infinito. Este prólogo determina el final de un largo consenso, desde 1952, con Manuel Pacheco; me queda Jesús Delgado Valhondo.

   En biografías de Manuel Pacheco se dice que nació en Olivenza y que, desde pequeño, se dedicó a infinidad de oficios: monaguillo, fotógrafo, ebanista, cargador de muelle, albañil, marmolista, repartidor, comparsa de teatro, oficinista, emigrante, etc... Todo ello es un gran error, o una mentira piadosa. Pacheco no sabe hacer otra cosa que ser poeta. ¿Se imaginan un monaguillo que dice que los ángeles orinan gasolina; un fotógrafo sin carrete; un ebanista que no pule, brilla y da esplendor; un cargador de muelle con úlcera de estómago, un alfeñique, que solamente sería capaz de transportar mecedoras de médula de saúco; un albañil de vanos, muros metafóricos, curvas cuadradas; un repartidor de prosemas e insonetos en papel cebolla; un comparsa de teatro que se caga en el telón; un oficinista sin jefe; un emigrante sin salir de la "caseta de Vera" a orillas del río Guadiana? ¿Cantador de tangos? Sí, en contadas ocasiones y con un público muy particular... Manuel Pacheco es, simplemente, un poeta.

   Manuel Pacheco empezó siendo "Aida-Ben-Amor", escribiendo versos para "modistillas", y, ahora, está en la Academia de Extremadura haciendo himnos: una revolución en el más estricto sentido de la palabra. ¿Qué podemos pensar los que conocemos su historia? Yo sé que "todavía está todo todavía". Allá por el año 1954, cuando decidí escribir mi novela Tensión", incluí en ella un poema de Pacheco, "Es el hombre", que saldría publicado en Barcelona, 1958, con la edición de mi libro. Más tarde, 1970, Zero, S. A., publica el libro de

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Pacheco "Poesía en la tierra", con el citado poema y con una característica diferencia:

(En mi novela "Pensión")

......................................

"¡Ha perdido la voz del sonajero!

Ya sabe lo que son los ataúdes,

y pregunta por qué mueren los niños,

por qué las carreteras son serpientes de polvo

que enlazan los silencios de los pueblos."

.................................................

(En publicaciones Zero, S. A., "Poesía en la tierra")

¡Ha perdido la voz del sonajero!

Ya sabe lo que son los atuendos,

....................................................

....................................................

   ¿Es premonición o son los duendes de la imprenta? Quizá a muchos lectores les parezca que escribo, a mi amigo Pacheco, el menos prólogo de los prólogos, pero a Manuel Pacheco, "los amigos del Sábado", siempre le hemos dicho lo que le teníamos que decir, ya fuera el día de su boda, de su primera comunión o el día del homenaje de los homenajes. Es verdaderamente cierto lo que dice Raquel Manzano, sabática, en su tesina sobre la poesía de Manuel Pacheco: "En el sábado de Esperanza, los que escribían leían allí su último poema o el último capítulo de la novela en preparación, en general, eran criticados sin piedad. Pacheco, que leía sus últimas producciones, aceptaba o refutaba sin enfadarse las críticas que, con toda confianza y sin miramiento alguno, se le hacían".

   Digo, sin temor a equivocarme, que son pocos, poquísimos, los poetas de Extremadura que por acción o reacción no han tenido que ver con Pacheco, y no sólo poetas, también escritores, pintores, artistas... Pacheco, por otra parte, receptivo a lo que oliera arte, se abrió fogosamente al color y a la pintura. Ciertamente, el cine y la música

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han sido motivo de dos libros de Pacheco: "El cine y otros poemas", Diputación de Badajoz - Institución Cultural "Pedro de Valencia", 1978; y "Azules sonidos de la música", Universitas Editorial, 1982, con prólogo y selección de textos de Manuel Pecellín Lancharro. Pero poca atención ha tenido el tema de la pintura en la obra de Pacheco. Mi querida amiga, Raquel Manzano, en su tesina, "La poesía de Manuel Pacheco", editada por la Diputación de Badajoz, 1985, parece que no quiere hacer alusión a la pintura siendo "A un campesino extremeño" y "Poema en forma de barrendero", citados en su trabajo, dos poemas, el primero inspirado en un cuadro de Ortega Muñoz que adquirió la Diputación de Badajoz y que durante muchos años estuvo en el despacho de la Casa de la Cultura, en la Plaza de Minayo; el otro dio pie a que Vaquero Poblador pintara un cuadro que representa a un barrendero recogiendo los cagajones que dejan tras sí los caballos de una procesión de Semana Santa. Joaquín Regodón, que prologa "Poesía de Manuel Pacheco", Editora Regional de Extremadura y Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz, 1986, además, de señalar los dos grandes temas de Pacheco -su propia identidad y el ser humano-, enumera otros a la vez que señala que "la pintura es, más bien, motivo de divertimento: odas al artista y a su obra, desde El Greco hasta Julio Romero, o de polémica" -aquí acierta, subrayo- "a propósito de Picasso o de sus amigos Pedraja y Vaquero Poblador".

   Ahora quiero instigar sobre la intención de Manuel Pacheco al escribir sobre pintores y pintura, y declarar que la pintura sirve a sus versos de contrapunto, de cabeza de puente para lanzarse contra una sociedad que, en los años cincuenta, vivía en Extremadura en el más trasnochado de los academicismos y en el limbo de las mecedoras. Para mí, Pacheco no canta solamente su placer de contemplación ante la pintura sino que emplea las pinceladas de los pintores correligionarios, que elige y admira entre los que son combatidos y rechazados por la sociedad, como arma arrojadiza contra los clasicistas tas y academicistas. ¡Cuántas barbaridades tuvo, tuvimos que oír, impunemente, sobre Picasso! Cuántos chistes, parodias, remedos, ante las orejas de los burros de Ortega Muñoz. Había que puntualizar quién es el burro, si el que está delante o detrás de la cancela, ex

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ploté yo en cierta ocasión ante un sorprendido y ofendido grupo fomado por un médico, un banquero, un periodista y un pintor clásico de Badajoz que criticaban un cuadro de Ortega Muñoz, en su primera exposición en la Ciudad.

   Convendría conocer el panorama pictórico en la década de los cincuenta en Extremadura. A mi modo de ver, fue en Badajoz, en los primeros años de la década de los cincuenta, donde aparece un movimiento contracultural fermentado por "Los sabáticos" (asistentes a la tertulia de Esperanza Segura, en su cuarto de la calle Calatrava: poetas, escritores, pintores y personas afines). Para conocimiento de muchos, quiero dar testimonio del movimiento que caracterizó a "los sabáticos". Su estilo de vida significaba un enfrentamiento contra los cánones, contra la educación represiva, contra el autoritarismo de la tradición cultural, contra lo que Franco llamaba "la reserva de Occidente"; rechazaban el capitalismo, su ética del trabajo, la competencia, la burocratización; su postura política era, por supuesto, contra la Dictadura, escasamente organizados en partidos, por su anarquismo y por lo que suponía de dependencia y acatamiento, pero, evidentemente, casi todos filocomunistas en la esencia del término; con muchos puntos comunes con el movimiento que, a finales de los cincuenta, en los Estados Unidos, encabezaría Jack Kerouac, conocido como la contracultura beat. 'Tos sabáticos" se adelantaron en tiempo y espacio, ¿por qué no se les cita, se estudia sus repercusiones, su influencia en un marco tan cerrado como Extremadura y, esencialmente, Badajoz? Pienso, en primer lugar, en la ignorancia de nuestra Universidad, su falta de investigación, sus profesores enfrascados en regurgitar lo que otros profesores mascaron, o su empeño en dar vueltas alrededor de su ombligo; después, la falta de crítica ajena a lo que no fuera el legalismo legalizado; la falta de profesionalidad de la radio y la prensa, aunque hubo críticos como Antonio Zoido que, en su bondad y honestidad, al fin rompió cerco en el periódico Hoy y empezó a glosar los nuevos movimientos pictóricos; y periodistas de excepción como Fernando Sánchez Sampedro que llegó a escribir en la Hoja del Lunes, 16-12-57, con motivo de mi homenaje por el premio "Elisenda de Montcada", que existía una juventud "capaces de romper moldes, de saltar vallas, de arrinconar prejuicios

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puramente convencionales para izar su alegre bandera de combate por el triunfo de nobles y sanos ideales". Y, también, porque nadie reconoce influencias y desea ser portador de banderas y caminar los primeros; por último, y sobre todo, por mezquindad... ¿Y existió este movimiento? Díganlo, por una parte, la policía, la jerarquía eclesiástica, los cuadros de mando de la Falange, y, por otro, los curas jóvenes de Entrerríos, de Gévora, de San Roque, los profesores, maestros de escuela, escritores, poetas, políticos actuales con cargos de primer orden, obreros, trabajadores, profesionales de la medicina, la abogacía...

Si nos ceñimos a la pintura, existía un grupo de siete pintores que suponen la vanguardia más adelantada en la historia de la pintura en Extremadura. Todos ellos casi desconectados -por el silencio a que estaban sometidos- de Antonio juez y Pérez Rubio y, sin influencias ni intercambios, con Ortega Muñoz y Barjola que hacían, por entonces, la guerra por su cuenta fuera de Extremadura. Y, por supuesto, sin tener para nada en cuenta a Wolf Vostell, que llegaría a Cáceres veinte años después. Más que pecar de ignorancia, el trabajo de Antonio Franco Domínguez en "El Urogallo", revista literaria y cultural, en el número especial de diciembre de 1990 dedicado a la cultura extremeña actual, es una falta de reconocimiento que hace feliz la frase de Juan Ramón Jiménez: "¡Ay! de los que no entregan la antorcha y, ¡ay!, de los que no la reciben".

   De los siete pintores a los que aludía señalaré sus datos significativos para la cuestión:

   Francisco Pedraja (Badajoz), participa en la Bienal Hispanoamericana de Madrid, 1951; en la de La Habana, 1953; en la española de París, 1962. Uno de los primeros introductores del expresionismo en Extremadura.

   Antonio Vaquero Poblador (Badajoz), seleccionado por Acento Cultural, 1953, Madrid. Considerado fauve por Gaya Nuño.

   Narbón (Cáceres), encuentra, por estos años en Badajoz, lo que le faltaba en Cáceres: apoyo a su pasion pictórica,

   Guillermo Silveira (Badajoz), que con el contacto con el grupo abandona la estética costumbrista que practicaba,

   Martínez Terrón (Cáceres), con ideas afines.

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Moríñigo y Ferreiro (Badajoz), que desde Mérida se unen a Vaquero Poblador en amistad y estética.

   Al mismo compás, Eva Callejo y Sánchez Borayta; significativa ella por ser mujer, y él de espíritu revolucionario partiendo del más puro estudio de lo clásico. Todos ellos y alguno más, antes o al final de la década, eran defensores y admiradores exaltados de los extremeños: juez, Pérez Rubio, Ortega Muñoz y Barjola. Manuel Pacheco aprovechaba el tema de la pintura para defenderse de los detractores de su poesía moderna e insólita, para criticar indirectamente -no había otra manera- la dictadura política y artística que padecíamos, y la injusticia que se ejercía no solamente contra el pueblo perdedor sino contra los artistas y el arte que pretendía romper las barreras. Los versos de Manuel Pacheco, expresamente enfebrecidos con la pintura, eran coreados por "los sabáticos" de los que se sentía portavoz.

   Antonio Vaquero Poblador, empeñado, como los demás, en la tarea de hacer fructificar el "arte moderno" en Extremadura, unía a su pintura, a la vuelta de sus viajes por Europa, especialmente Suecia, una apariencia formal, un atuendo sin sentido del ridículo, sin problemas con el qué dirán -vestido de negro, pelado al cero o con barba, con botas y gorro ruso- que hicieron de él, en aquella época, el primer existencialista, beat, joven airado, hippy, gamberro que se paseaba por Badajoz -entiéndase Extremadura- y que se aliaba a la tarea emprendida. Manuel Pacheco y don Federico García de Pruneda, fiscal jefe de la Audiencia de Badajoz, fueron nuestros valedores.

   En este caso, Antonio Vaquero Poblador, el amigo elegido por Pacheco para esta lucha, hará que la contemplación de su pintura, además, se derrame en versos. A mí me toca señalar su intención. Sirvan estas "impresionistas" palabras, unidas a los poemas, para completar el conocimiento --evidentemente muy estudiado-- de nuestro poeta. Y a la par de gozar de su poesía, prestar atención al punto de vista de este prólogo, que supongo compartido al menos por "los sabáticos", sobre la obra de Manuel Pacheco y la pintura.

   Conil de la Frontera, 1991, casi cuarenta años después.

JUAN JOSÉ POBLADOR

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