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LITERATURA

 

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José María Hernández Pardos

Director

 de 

"El Noticiero Universal"

 

 

Infancia, adolescencia y primera juventud

en

San Esteban de Litera

 

 

RECUERDO DE UN PERIODISTA QUE AMÓ ARAGÓN

 

 

HOMENAJE 

JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ PARDOS

 

En esta ventana quiero rendir un homenaje a José María Hernández Pardos, hijo de un maestro nacional que vivió en San Esteban de Litera. Hernández,  desde 1909 hasta 1918, desde los nueve a los dieciocho años, poetizó las sierras y campos de la comarca. Cuando le conocí tenía setenta y cuatro años. 

 

Un hombre que se forjó a sí mismo y triunfó en una empresa periodística, empezando desde el último puesto, de sereno, tras pasar  por trabajos administrativos y de gerencia llegó a ocupar el sillón de Director del periódico barcelonés El Noticiero Universal.

 

Hernández fue un intelectual que se formó autodidactamente en sus años de San Esteban de Litera y vivió en plena juventud los mismos acontecimientos históricos que sus coetáneos de la generación del 27, siendo amigo de uno de ellos, Eugenio Frutos.

 

Fue fino degustador de los maestros del noventaiocho (Unamuno, Azorín, Cajal) y admirador de Joaquín Costa.

 

Exquisito lector de poesía, como se puede apreciar en la antología de "Gorriones" que hemos seleccionado para tributarle homenaje de reconocimiento.

 

Se dio a conocer como escritor muy tarde, pero José Manuel Blecua y Carlos Rojas enseguida apreciaron su pluma y la valoraron, como podrá apreciar el lector tan pronto se adentre en su prosa.

 

En los gorriones que facilitamos en esta sección se observa la valentía de su pluma y la independencia de su espíritu. 

 

La comarca de La Litera le agradece su dedicación. Gracias a su ágil prosa los paisajes literanos se llenan de vida y emergen en la intimidad de los hombres campesinos de San Esteban de Litera. 

 

Los segadores cantaban jotas que ya casi nadie recuerda, mientras Hernández leía libros de trama quijotesca a la sombra del Castillo de "Sanisteban", el Castell para los nativos. 

 

El recuerdo a los intelectuales comarcanos (José María Castro y Calvo, José Manuel Blecua y Joaquín Costa, sin olvidar a Escrivá) le sirve para unir el saber erudito con el saber del pueblo, no en balde José María rezumaba Ortega por los labios e invitó a su discípulo, Julián Marías, a colaborar en las páginas del Noticiero Universal.

 

Su constante defensa de los de abajo ha quedado clara en el desprecio hacia la riqueza acumulativa de la burguesía  y en la consideración y lealtad hacia los valores humanos. Sirva, pues, este recuerdo hacia su persona como homenaje de quien tuvo la suerte de entrevistarse y aprender de su hidalguía quijotesca.

 

Antonio Viudas Camarasa

Real Academia de Extremadura

10 de agosto de 2002, San Lorenzo.


 

 

Antología de textos publicados

en su homenaje (1970),

después de trabajar 50 años en

El Noticiero Universal de Barcelona:

  • Sobremesa con José María Hernández

  • AZORÍN: CARTA A MI NIETO

  • SOCIEDAD Y ESCUELA

  • LA ESCUELA RURAL

  • DESPROGRESO

  • LIBRO DE INTIMIDADES

  • ETAPAS DE JUVENTUD

  • RIBAGORZANERÍAS

  • LA PRENSA Y EL PODER PÚBLICO

  • VOLVER A VER LO VISTO

 

 

Sobremesa 

con 

José María Hernández

Manuel Milian Mestre

 Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, págs. 577-578. 

 

Manuel Milian Mestre 1997

Fuente foto: http://web.drac.com/cac/199701/19970116.html

«...luego de la Iglesuela del Cid fuimos a San Esteban de Litera»

 

«En San Esteban de Litera, adquirí ese sentimiento 

querencioso a la tierra, tan fuerte, que necesito, 

como una obligación...»

 

 

-Usted me está hablando de un pasado realmente maravilloso, y yo quisiera saber si también de este pasado poético, le queda algún mal recuerdo, o algún rasguño, que le haya dejado cicatriz en su espíritu.

-Pues sí; luego de la Iglesuela del Cid fuimos a San Esteban de Litera, que también es tierra regionalmente fronteriza, llamémosle así, de los lindes de Cataluña, de Lérida. Allí me hice mozo, crecí de los nueve a los dieciséis años. Allí empecé a saber la fuerza que tenían los ojos de las mocitas, a conocer lo que era el temblor del espíritu cuando te abrazabas a una chica para bailar con ella, a darle importancia a las rudezas paternales, a palpar las inconveniencias que trae consigo el estudiar, porque allí empecé la carrera de Magisterio, bajo la dirección de mi padre, que era un hombre de acero, durísimo en lo que respecta al método pedagógico para con sus hijos, pues así como en la escuela él supo ser un maestro extraordinario, para sus hijos, especialmente para mí, tenía un gran rigor, quizá porque él quería que yo fuera el continuador de su obra, del gran esfuerzo que había realizado como autodidacta; que fuera también maestro, carrera que a mí no me atraía porque vela la vida austera, casi de pedernal, que teníamos que llevar en casa. Yo seguía siendo poeta; vamos, poeta..., seguía queriendo ser poeta. Sentía pasión por los versos; me sabía de memoria casi todas las obras de Zorrilla, especialmente sus romances; me había metido en la mollera la mitad del poema del Cid y hubiese podido recitar de memoria casi toda la poesía clásica del Siglo de Oro español. En San Esteban de Litera, adquirí ese sentimiento querencioso a la tierra, tan fuerte, que necesito, como una obligación, el hacer todos los años lo que llamo "cura de Aragón". Y tú sabes que cada año hago mi romería por las tierras donde creció mi niñez, mi pubertad, mi mocedad, hasta que me vine a Barcelona, en el año 1918.

 

 

Aquí corrí una experiencia que seguramente ha sido el curso más duro, pero de más ricas y zumosas enseñanzas que he seguido, porque aquello fue, yo no te diré que una aventura quijotera, pero sí una aventura inflada de riesgo y de esperanza, esa a la que nos lanzábamos casi todos los muchachos del interior de esta península caliscostrada y endurecida de pobreza y de incultura, los hijos de los maestros, los hijos de los guardias civiles, los hijos de los labradores modestos, que abríamos nuestras alas para conquistar nuevos espacios pero que muchas veces nos descalabrábamos en el más desesperanzado fracaso. Como el que yo tuve en mi primera escapada a Barcelona. Hambres, soledades, menosprecios... Fue un año de derrota total. Y retorné al hogar, a Cariñena, a buscar calma y templanza en el regazo de mi madre. Pero por encima de todo eso, el espíritu de José María Hernández seguía remontándose a las cosas fabulosas. Porque yo siempre he sido, como la lechera de la fábula, soñador de cántaros que habrían de enriquecerme un día.

Al año justo, volví a Barcelona con el propósito firme de triunfar. Los primeros tiempos en El Noticiero Universal -entré el 30 de septiembre de 1920-, fueron durísimos, porque ejercí funciones elementales y, realmente, de servidumbre subordinada. Sereno durante los primeros quince días. Después pasé a la administración: fui auxiliar de publicidad, jefe de publicidad, contable y administrador. En todos esos puestos supe poner el aliento poético que ha informado mi manera de ser. Y sin vanidad y sin modestia puedo afirmarte que con mi gestión de administrador del periódico, supe ganarme el cariño y la consideración de buena parte del periodismo barcelonés, y por eso llegué a la Junta Directiva de la Asociación de la Prensa, donde también creo haber dejado huella eficiente y simpática de mi paso. Pero, además de ejercer esas funciones administrativas, las complementaba con trabajos de redacción; es decir, que ya, al año o a los dos años de mi entrada en el periódico, empecé a escribir en las páginas de deportes, con dedicación preferente al juego de pelota, deporte españolísimo al que ayudé a llevar a un renacimiento esplendoroso. También escribí artículos, poesías, y durante varios años ejercí la crítica taurina, pues tuve la comprensión generosa de casi todos los que me precedieron en el cargo de Director, especialmente de don Julián Pérez Carrasco, don Pelayo Costa y don Luis G. Manegat.

Manuel Milian Mestre, "Sobremesa con José María Hernández", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, págs. 577-578.

 

«...los hijos de los maestros, los hijos de los guardias civiles, 

los hijos de los labradores modestos, que abríamos nuestras alas

para conquistar nuevos espacios pero...»

 

«...empecé a escribir en las páginas de deportes, con dedicación

preferente al juego de pelota...»

 

Dedicatoria manuscrita en el ejemplar que José María Hernández me obsequió cuando le visité en su piso de Monzón, recién leída mi Memoria de Licenciatura: "Para Antonio Viudas, que muy pronto tendrá puesto estelar en el planeta intelectual español, con aliento, admiración y un abrazo de José María Hernández. 17-7-74.

 

 

Los gorriones

de

José María Hernández Pardos

 Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, págs. 83-570 

AZORÍN: CARTA A MI NIETO

Nino: Ayer se me ha muerto un amigo muy bueno. Lo conocí hace muchos años, cuando yo era un poco mayor que tú y cuando mi vida, como la tuya ahora, tenía la sencillez y el encanto que la del pájaro o la de la cigarra. Fue una tarde de un implacable verano aragonés. El pueblo dormía su soledad, dejando que el sol le bruñera, aún más, los rollizos que empedraban sus calles. El campo -mitad del llano de la Litera, mitad de las terrazas del pre-Somontano esclavizaba a todo hombre y a toda mujer útiles para la siega y para la trilla. Soledad, vacío, esclavitud y sudor que luego, serían, el pan nuestro de cada día. 

Aquella tarde, sin zagales con los que echar un partido de pelota en el frontispicio de la iglesia, cogí un libro de la humilde biblioteca de mi padre, tu bisabuelo, y me subí al monte vecino, donde un campanario de campanas grandes y sonoras, armonizadas, casi, como un carillón catedralicio, cantaban -rezaban- cada hora, una oración vieja y profunda a aquel paisaje de fascinación. Me senté a la sombra de la maciza torre y me enfrasqué en la lectura del libro. Su título era: "La ruta de Don Quijote", de "Azorín". Argamasilla, Puerto Lápiche, Ruidera, Campo de Criptana, El Toboso. Pueblos, tierras, caminos, hombres de nuestra España. Usos, costumbres, pensares, decires, sueños, esperanzas, desesperanzas, angustias, hambres de nuestra España. Este resumen temático quizá lo haga espigando en recuerdos de sucesivas reelecturas. Porque de aquella tarde, sólo guardo, tremolado aún, por la emoción, el gozo de haber entendido el misterio de la palabra. De la palabra, Nino; eso con lo que tú llamas a las cosas, a tus padres, a tu hermano, a tus abuelos, a tus amigos y a... todo. Bueno, pues, cuando llegué a la última línea, que dice, "el tiempo que se pierde en España", cerré los ojos y guiado por la claridad de aquellas palabras que acababa de leer, mi pensamiento, como de repente o como por milagro, sintió una sed extraña de verdad y un anhelo agonioso de saber. En aquel instante mismo me nació, como una brasa o como una pasión, mi amistad admirativa por José Martínez Ruiz.

* * *

Atardecía ya. Los segadores --hoces y dallas al hombro; ha pasado medio siglo, Nino, regresaban de la tarea sucios de sudor y polvo.

Ya vienen los segadores

de segar de los secanos,

de beber agua de balsa

toda llena de gusanos.

Era una estampa dolorosa y triste, meolluda de todo aquel sentido infrahumano que informaba el vivir de Aragón -¿de toda España?- de entonces.

¡Hay que ver, qué descubrimientos, Nino, en aquellas dos horas de lectura! El pueblo me parecía más pobre y más silencioso; los hombres más silenciosos y más pobres; indiferentes y berroqueños, como los hombres de los pueblos de La Mancha, a las maravillosas hazañas que por allí iba realizando por entonces aquel otro Don Quijote aragonés que se llamó Joaquín Costa.

* * *

No, Nino, no: Azorín no ha muerto. Yo lo sigo teniendo a mi lado, lo siguen teniendo muchos españoles, muchos extranjeros, y a todos nos sigue "sonando" su palabra, resonando su palabra, que por tener espíritu vivificador la oímos con los oídos y la escuchamos en los adentros. Porque la palabra azoriniana arrastra, como las corrientes de algunos ríos, esas pepitas de oro que son los giros, los modismos, los dichos y los decires del vulgo. Y el vulgo es el que de verdad hace el lenguaje.

Yo te guardo, Nino -¡qué pobre herencia!, dirán a lo mejor, los "arrabaleros" de ahora; ¡qué hermosa herencia!, dirás tú dentro de seis años, estoy seguro toda la obra de Azorín. En ella aprenderás a amar a la palabra, que es el Verbo. Y aprenderás, además, a amar a España. Tu abuelo, que te quiere mucho,

J. M. HERNÁNDEZ 

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 87-88

 

El campo --mitad del llano de la Litera, mitad de las terrazas del pre-Somontano-- esclavizaba a todo hombre y a toda mujer útiles para la siega y para la trilla.

 

 

 

 

 

 

 

aquel otro Don Quijote aragonés que se llamó Joaquín Costa.

 

 

 

 

 

Porque la palabra azoriniana arrastra, como las corrientes de algunos ríos, esas pepitas de oro que son los giros, los modismos, los dichos y los decires del vulgo. Y el vulgo es el que de verdad hace el lenguaje.

Una de las diversiones más frecuentes para todas las edades era jugar a la pelota, al frontón, usando la fachada de la iglesia, la plaza no estaba encimentada, y la pelota rebotaba en el antiguo edificio de la cárcel, hoy desaparecido, situado donde luce una papelera azul y caía en un suelo de rollizos, que toda el pueblo arreglaba "a vecinal", prestación de trabajo, caballerías y aperos, yendo a buscar graba al río Sosa. Esta plaza fue cementerio medieval y consta que hace unos años se encontraron restos humanos en la ejecución de unas obras. En lo alto de la "Serra del Castell" se yergue el Castillo de los moros, según la tradición oral. Abrigado en su sombra leyó José María Hernández el libro de Azorín sobre Don Quijote de la Mancha. 

Foto gentileza de Fernando Sabés Turmo.

 

En el homenaje a José María Hernández participaron: José Manuel Blecua, José Camón Aznar, Heliodoro Carpintero, José María Castro y Calvo, Pablo Corbalán, Antonio Figueruelo, José Antonio Flaquer, Manuel Fraga Iribarne, Eugenio Frutos, Pedro Gómez Aparicio, José María Hernández Pijuán, Manuel Jiménez Quílez, José María Lacalle, Julián Marías, Manuel Milian Mestre, Eduardo Moreno Ibáñez, José Ortega Spottorno, Pedro Penalva, Antonio Puigvert, José María Rodríguez Méndez, Carlos Rojas, Rafael Santos Torroella y Armando Segura.

 

 

 

SOCIEDAD Y ESCUELA

La Pedagogía clásica, o más bien tradicional, o más bien aún, rutinaria, decía al maestro: "Enseña al niño el camino que debe seguir y cuando sea mayor no se apartará de él". Eso era como levantar una pared que no dejara ver el progreso, para que el escolar, cuando saliera de la escuela y empezara a andar por los caminos de la vida, no pudiera hacerlo más que por los que conducen al pasado. España tiene planteado el problema de la enseñanza desde los tiempos de Maricastaña. Pero ahí está, casi difuminado por la erosión del polvo, en las negras pizarras de todas las escuelas nacionales, aguardando que la solución nos llegue, como casi todas nuestras soluciones, por vía providencial. Lo que está más a la vista en el paisaje social que, en cuanto a educación, ofrece el país, es la separación de clases. La escuela pública está relegada, con un exclusivo "reservado el derecho de admisión", a los hijos de los trabajadores más pobres, porque a estas escuelas, en las localidades que pasan de los dos mil habitantes, se les han colgado todos los sambenitos. Se los han colgado, el Estado, con su indiferencia y su abandono; los colegios religiosos, con su menosprecio, y las familias de categoría -económicamente hablando- de segunda, primera y especial, con su desprecio. Parece que estos días el Gobierno está parando su atención en los maestros. A lo mejor se ha dado cuenta de que, el maestro, al que en los pequeños pueblos rurales, y aun en los grandes, le es difícil practicar el pluriempleo, tiene necesidad física de comer y vestir y eso le exige comprobar con su sueldo el valor de sus productos. Y a él sí que la comparación le resulta odiosa. Yo sé muy bien que esto de las escuelas, de los maestros, de los niños y de la educación está envuelto en una cáscara casi irrompible, formada de contumacia segregacionista. Intentar romperla es lo mismo que intentar quitarle el cascabel a un gato furo. Pero hay que meterle mano a la cuestión y acabar con esa situación de probabilidad diferencial que tiene el niño para llegar a la Universidad. Porque para los niños de las escuelas públicas, la escalera de acceso a ella es muy estrecha y muy empinada. El Estado tiene el deber de abrir al niño perspectivas de valores científicos y artísticos y prepararlo para la búsqueda de nuevas revelaciones. De ese modo, cuando sea mayor, no seguirá andando por caminos de pasado, sino que, con seguridad de científico o con ilusión de poeta, se irá abriendo, paso a paso, otros de progreso o de aventura. Que es lo que hizo Ramón y Cajal. Y lo que hizo Don Quijote.


"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 245-246.

 

 

 

La escuela pública está relegada, con un exclusivo "reservado el derecho de admisión", a los hijos de los trabajadores más pobres, porque a estas escuelas, en las localidades que pasan de los dos mil habitantes, se les han colgado todos los sambenitos. Se los han colgado, el Estado, con su indiferencia y su abandono; los colegios religiosos, con su menosprecio, y las familias de categoría -económicamente hablando- de segunda, primera y especial, con su desprecio.

 

 

 

LA ESCUELA RURAL

Cuando me sentaba a la mesa a escribir mi pájaro de hoy, recibo una carta emocionante. Es de mi antiguo maestro; de mi primero, mi único y querido maestro, don José. Se jubiló hace veinticinco años, nos separamos hace más de cincuenta y aún me recuerda y lo recuerdo. Pero, quizá, esto que voy a escribir no sea más que una fábula, la transcripción de una realidad vivida que se me ha puesto a tremolar en la conciencia como si despertara de un largo y maravilloso soñar. A lo mejor, aquello: la escuela, mi pupitre, los mapas, las pizarras, el globo terráqueo, el crucifijo, la tarima, la estufa, todo ha desaparecido. Revuelto en las enronas, los carros y los volquetes se llevarían a la barranquera del arrabal los cimientos de lo que soy. El pueblo seguirá allí, inmoble como siempre, más afilada la veleta de su torre, más patinadas sus piedras, más esbarizosos los rollizos de sus callejones en cuesta, más esperanzados los bellísimos aleros de sus tejados en que las golondrinas de todas las primaveras vuelvan a colgar sus nidos a su abrigo. ¿Habrá transfundido el pensamiento del viejo maestro en el del que fue su discípulo, ya, también, en los márgenes de la vejez? La "escuela rural" ha sido la "Universidad" de muchos españoles y el "maestro rural" su único profesor. Al instante salta esta pregunta: ¿Todos los hombres de valer que hay en España han salido de las grandes universidades ciudadanas? Y ahí se queda, provocativa y casi insultante, porque para el campo; para la aldea, el pueblo y la escuela rural; para los niños y para los maestros rurales, la ciudad siente una desestimación menospreciativa. Aunque de respuesta podría servir la carta de don José. Dice ella: "Yo he vivido los cincuenta años de mi carrera ejercitando mi inteligencia en pequeños mundos inferiores, obligado a que mi espíritu descendiera a niveles de los espíritus infantiles que me rodeaban. Y cuando salía de ellos, a la calle, a hablar y convivir con las gentes del pueblo, tropezaba con obstáculos, la mayoría insalvables, como eran la ignorancia, la malevolencia, la caciquería y el egoísmo. Y cuando me encerraba en el hogar, con los míos, me encontraba metido en un desolador paisaje de pobreza, sin otros horizontes de porvenir que los de la huida. Nosotros, los maestros rurales, hemos sido la encarnación viva de Don Quijote; los que más entuertos hemos enderezado y los que más palizas y burlas hemos recibido por todas las Manchas españolas. Pero yo estoy orgulloso de haber sido lo que he sido y de haber hecho lo que he hecho". Los discípulos de don José -debiera estar grabado en las piedras de la torre del cidiano pueblecito turolense- aprendieron a ser buenos porque les enseñó a querer el bien, llevándolos por los más rectos y llanos caminos del saber y del cultivo del saber.

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 289-290.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La "escuela rural" ha sido la "Universidad" de muchos españoles y el "maestro rural" su único profesor. Al instante salta esta pregunta: ¿Todos los hombres de valer que hay en España han salido de las grandes universidades ciudadanas?

 

DESPROGRESO

Lo ha dicho, a los "Amigos de la Escuela", de Molins de Rey, el catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra Universidad, don José Manuel Blecua Teijeira: "En literatura, en poesía, en arte no hay progreso. Sólo se imita, Incluso se "desprogresa". El prestigio humano e intelectual de don José Manuel refulge de tan diamantino. Sus alumnos lo quieren, lo respetan y lo admiran. Dicen que, escucharle, cuando habla en cátedra, es un puro gozar. Hila las palabras, las cruza y las entrecruza formando oraciones que, de tan perfectas, parecen salidas de un crisol. Yo le he oído en nuestros encuentros casuales, en alguna tertulia de amigos, cuando todos -menos los cursis, los afectados- empleamos el habla de la calle, el habla vulgar, con el que también se pueden hacer primores. La Retórica sirve para eso. Y, por eso, cuando los matiegos pretenden cerrarle el paso con compuertas de barro, se rebalsa y las rompe y sigue su andadura como los arroyuelos sosegados y transparentes. De estas faenas camperas sabe mucho el ilustre profesor. Porque por allí, por el prepirineo aragonés y por las lindes de la Litera, el agua y el viento juegan a claridades y sonoridades como las cuerdas de las bandurrias en las noches rondadoras. Pero, ¿por qué ha dicho el profesor Blecua lo de "desprogresar"? Hablaba de la "Modernidad del Lazarillo de Tormes". "El librejo, tan corto en tomo cuan largo en bienafortunado suceso -así nos lo presenta Cejador- salió a la estampa hacia los últimos años del reinado de Carlos V". Su modernidad, pues, ha hecho una raja en el tiempo de cuatro siglos y medio de longitud retrocesiva. ¿Los pobres, los curas y los señorones de ahora son personajes idénticos, los mismos personajes que aquellos pordioseros, clérigos e hidalgos de entonces? Ojeemos, leamos, espiguemos. Lázaro nace dentro del río Tormes. Allí le vinieron a Antonia Pérez, vecina del salmantino lugarejo de Tejares, los dolores del parto y lo echó a la corriente. Nació, pues, sabiendo nadar. Luego aprendería a guardar la ropa. Desde que su madre lo regaló al ciego tunantón hasta que se casó con la pródiga criada del arcipreste de San Salvador, en Toledo, Lazarillo anduvo de puerta en puerta, de sacristía en sacristía, de camino en camino, pasando hambres, robando a la bizcada mendrugos y tragos de vino, rezando, confesando y jurando de mentirijillas, mintiendo de verdad, aprendiendo el oficio de vivir al mejor estilo de la picaresca española. La reválida de sus saberes la aprobó con el propio arcipreste, el que le apañó la boda, cuando malas lenguas, que no faltan nunca, andaban diciendo -no sé qué y si sé qué, y el casamentero le aconsejó: "No mires a lo que pueden decir; sino a lo que te toca, digo a tu provecho". El provecho, mirar lo que a cada uno le toca, y digan lo que digan, es el signo de la vida actual. Por eso, quizá, don José Manuel Blecua, que se pasa los días y las noches soñando, enseñando, pensando, leyendo y escribiendo cree que no progresamos, sino que desprogresamos. Y yo le doy la razón.

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 299-300.

 

 

 

"En literatura, en poesía, en arte no hay progreso. Sólo se imita, Incluso se "desprogresa". El prestigio humano e intelectual de don José Manuel refulge de tan diamantino. Sus alumnos lo quieren, lo respetan y lo admiran.

LIBRO DE INTIMIDADES

Con siete líneas mecanografiadas, faena espistolar corta y ceñida, me hicieron envío y presentación de un libro de quinientas cuarenta y ocho páginas. A sentadas de fraile, y no con pértiga, he cumplido con el deber de leerlo íntegro, como me lo impuso el autor. Luego, al rebote, igual que hacen los buenos gimnastas en los ejercicios de flexión, lo he vuelto a leer, también en la paz de escondidas sendas, para hacer acotaciones y subrayados y, releyéndolos de nuevo, recordar y añorar. El libro se titula "Mi gente y mi pueblo" y lo ha escrito José María Castro y Calvo, catedrático, en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Barcelona. Don José María dice que son sus memorias; pero más exacto sería decir que son sus emociones, porque allí está todo lo que le ha hecho sentir su casta y su tierra, su andar por la vida, su angustia intelectual y su agoniosa esperanza de futuro. Aragón -Zaragoza, capital y la baja Ribagorza- está ahí, abierto en canal. La pluma del escritor y el bisturí del médico le han hecho la vivisección y las entrañas de un pueblo, de una sociedad y de un hombre se nos enseñan a lo vivo y palpitante, en lección magistral que nos dá a saber el porqué Aragón es como es y por qué es como es el hombre aragonés. Los cierzos que navajean el Puente de Piedra y los que bajan en bandadas de la Sierra de Guara hasta la Litera, afilaron el alma de aquel niño para que, ya, cuando pasó los catones le abriera caminos a la ensoñación. Soñaba, aunque él afirma no haber descubierto hasta muy tarde su verdadera vocación, en ser filósofo, escritor y poeta. Y más que en nada, en ser bueno, como su madre, tan señora y tan guapa, que se iba quedando ciega y muriendo; como su padre, que sentía la llamada de los montes y olivares y de los campos en barbecho de su Azanuy querido, por donde las perdices cantaban jotas bravías y los engañapastores, pajarillos de plumaje multicolor y vuelo bajo y caracoleante, perseguían a las hormigas aladas en los atardeceres del otoño. Toda la vida estudiantil -Hermanos Maristas, Instituto, Facultad de Medicina, Universidad-, que empezó saliendo una mañana del viejo caserón del Arrabal y acabó a los muchos años saliendo un mediodía del vetusto edificio universitario de la Plaza de la Magdalena con el título de Licenciado en Filosofía y Letras bajo el brazo, fue una aventura maravillosa, con amoríos, rebeldías, amistades y desamistades, diversiones y aburrimientos, ilusiones y decepciones y descubrimientos de valores y nulidades profesorales. Es un llevarnos de la mano por aquella Zaragoza anterior a la guerra civil, diciéndonos, con palabra caliente, viva y sencilla, cómo era su vivir, su estar en la sociedad española y en su ambiente político, religioso e intelectual. Observaciones agudas, anécdotas que tienen sus pelendengues y pinceladas caricaturescas, confirman o niegan, supervaloran o desvaloran famas y prestigios. Y también nos acompaña por el Alto Pirineo, donde los ecos de la voz de Costa resonaban en el vacío, pero donde los hombres practicaban las virtudes de humildad y laboriosidad con ejemplar obediencia, hasta que la guerra despertó en ellos el sentimiento cainita y los hermanos mataron a los hermanos. Cuando se llega al final del libro, la calma soledosa en que se queda envuelto José M. Castro y Calvo, yendo y viniendo de su casa a su cátedra y de su cátedra a su casa, y recreándose el alma en el pequeño recuadro donde lee y escribe, parece envolverme a mí también de dulce melancolía, de querenciosa y añorante emoción. Porque en la antigua Normal zaragozana, adosada a la Universidad, yo gané sobresalientes, notables, aprobados y suspensos y por los llanos de la Litera y los faldones del Bajo Pirineo, por sus bancales y zarzales, soñaba versos y cazaba chotacabras y torrodanes.

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 339-340.

que sentía la llamada de los montes y olivares y de los campos en barbecho de su Azanuy querido, por donde las perdices cantaban jotas bravías y los engañapastores, pajarillos de plumaje multicolor y vuelo bajo y caracoleante, perseguían a las hormigas aladas en los atardeceres del otoño.

1931- San Esteban de Litera. Nicolás Santos de Otto Escudero (Primero por la izquierda  y su familia con el Pelé 3º derecha).

Fuente: http://www.augustea.it/pele/testi/nicolas.htm

ETAPAS DE JUVENTUD

Yo tenía diez años. Éramos cuatro la familia. Mi padre, mi madre, yo y una hermanilla. Julio amanecía y atardecía con coplas de segadores. Aquella tarde salimos los dos hermanos a los bancales próximos a recoger unas espigas para el averío y volvimos, a poco, sofocados por el calor. La niña se puso a toser, con una tos bronca y convulsiva, y a las treinta y seis horas estaba muerta. El garrotillo. Tras los cristales del balcón, yo vi como se la llevaban al cementerio. Mi padre iba detrás del ataúd y recuerdo que con la mano derecha se apretaba el pecho del lado del corazón. Debía dolerle mucho. Luego, al poco rato, los chicos vinieron a buscarme y me dijeron que habían metido la caja en un hoyo abierto entre el herbazal y lo habían cubierto de tierra. Bajamos a la plaza y, no sé por qué, todos querían jugar conmigo. Cuando entré a casa, ya regresaban del campo las cuadrillas de segadores. Mi madre corrió a mí, me apretó contra sus pechos y su vientre, puso su boca en mis ojos y me gritó, en los adentros de mi conciencia, que en aquel instante nacía a la luz: ¡¡hijo!! Y entonces, tan niño, rompí a llorar como un hombre.

Yo tenía catorce años. Aquella mañana mi padre puso sobre la mesa del comedor los libros de texto del primer curso de Magisterio. "Vas a ser maestro" -me dijo-. Pasé mis manos por el lustroso cartón de las tapas, y me pregunté: "¿Qué habrá aquí dentro? ¿Mi destino?" Ya me sabía de memoria las fábulas de Iriarte y Samaniego y me gustaba recitar aquello de "cantando, la cigarra - pasó el verano entero - sin hacer provisiones - allá para el invierno". Cuando fui a examinarme, topé con el muro de piedra de la vetusta Normal. ¿Qué había allí dentro? Chicos, muchos chicos, hijos de maestro, de pequeños labradores, de guardiaciviles, de tenderos... los futuros alfabetizadores de la patria analfabeta. Quizá por todo eso, por lo de nuestro origen y lo de nuestro futuro, los universitarios, cuando nos tropezábamos al entrar o al salir del edificio, nos miraban por encima del hombro. Era el clasismo.

Yo tenía dieciocho años. Había colgado los libros y me había venido a Barcelona. Aquella noche, sin comida y sin cama, y no recuerdo si con luna o sin luna en el cielo, me puse a soñar versos bajo las palmeras de la Plaza de Cataluña. En cada silla había un inquilino, quizás un Quijote de colosales aventuras, o quizá un maletílla que aguardaba, con ansiedad ebria de anhelos, la hora de la emoción y de la fascinación, la hora exacta y justa de echarse al ruedo a jugarse la vida, para ganarla o para perderla de una vez.

Yo tengo muchos años. ¿Qué soy? ¿Qué sé? ¿Qué he sido? ¿Qué he sabido? ¿Qué he dejado de ser? ¿Qué he olvidado? Esta mañana de vísperas de difuntos, me he puesto a pensar en mis muertos queridos. Ya son nada. Nada eterna. En la almendra del alma, he sentido como el restriego de emociones que reflorecían. Y he recordado el alumbrar de mi niñez, que era su juventud, y mi juventud, que ya empezaba a ser su vejez. ¿Ha cambiado el mundo? La juventud de ahora afirma que sí. Los viejos decirnos que todo sigue igual... y para lo mismo.



"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 379-380.

Luego, al poco rato, los chicos vinieron a buscarme y me dijeron que habían metido la caja en un hoyo abierto entre el herbazal y lo habían cubierto de tierra. Bajamos a la plaza y, no sé por qué, todos querían jugar conmigo.
RIBAGORZANERÍAS

Visitar los lugares donde creció mi niñez -la casa, la calle, el pueblo, el campo, el monte, el río- y donde se obraron las mudanzas que cimentaron y dieron perfil a mi arquitectura humana, es como si la querencia que me induce a este paseo de retrocesión me fuera echando el presente a las veras del camino. Al entrar en el pasado, de repente me siento inmerso en él, posesionado por él, igual que si otro prodigio de transformación me hubiera vuelto al estado de crisálida y con los hilos de recuerdos empezara a reconstruir el capullo que fue cárcel de mi pura inocencia.

Por las combas que tienden los faldones de la Carrodilla; por la estrecha y larga vaguada que amurallan "el Pilaret" y las sierras de "Novella" y "el Salvador", centinelas que le cierran el paso al llanar de "La Litera", penetro en territorio que perteneció al antiguo y Poderoso condado de Ribagorza. ¿Me saldrá al encuentro aquel viejo Pastor de Roda de Isábena a saludarme, gracioso, socarrón y reverencial, con los primeros versos de la pastorada: "Dios les guarde, chen honrada: - Aquí está Cascaciruelas, - un homenaz de gran fama - y més home que su agüela?" ¿O daré, a boca de noche, con aquel mozo estadillano, pincho y rondador, que al son de la guitarra le decía a una moza ventanera esta albada: "No te metas colorada qu´esto no he ningún pecau,
perque mos querán los dos no morirén condenaus. -Perque San José y la Virgen- tamé se van agradá, -van tení sus relacions- y dispués se van casá. - Con que adiós, Josefineta, majisma ribagorzana, -olorarás ben el ramo- que Franciscón te regala, - y si dicides quereme - ya me lo dirás mañana"?

Graus, ya en la anochecida, enciende sus luces que ponen reflejos temblorosos en el embalse de Barasona. Los montes Pirineos dibujan sus crestas en el horizonte y la estatua de Joaquín Costa, sentada en su sillón de piedra, parece estar presidiendo, en absorta y contemplativa quietud, echada atrás la testa poderosa, el más grande espectáculo del mundo. Aunque a lo mejor, como cuando vivía, como cuando se subía a la soberbia atalaya de la Peña, está en meditación de España; o soñando en España; o a punto de romper a llorar de tanto como le duele España.

Me dan ganas de preguntarle al "León" si en nueve siglos el paisaje de estas tierras del Ribagorza ha cambiado mucho. Pero la Luna, que esta noche otoñal es una brasa enorme, viva y redonda, me dice que no, que está igual que hace novecientos años. Y echa a andar por su órbita, alumbrándome la carretera que baja a Barbastro y pincelando sombras fantasmales en los calveros y frondas de las laderas. ¿ Serían las almas de los seis mil moros muertos en aquella matanza apocalíptica que, a la rendición de la plaza y violando la capitulación, hicieron los ejércitos cristianos de la antecruzada que promovió el papa Alejandro II, cuando la presión musulmana sobre los valles del istmo pirenaico ponía intranquilidad y miedo en la Europa católica del medievo?

Al entrar en la capital del Somontano, alta la noche, silenciosa la calle, el azar me llevó bajo el balcón de una casa sencilla y modesta, tras el cual, hace poco más de cinco décadas, nació don José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, 614 páginas. págs. 465-466.


 

 

 

Por las combas que tienden los faldones de la Carrodilla; por la estrecha y larga vaguada que amurallan "el Pilaret" y las sierras de "Novella" y "el Salvador", centinelas que le cierran el paso al llanar de "La Litera", penetro en territorio que perteneció al antiguo y Poderoso condado de Ribagorza. 

LA PRENSA Y EL PODER PÚBLICO

El hombre, en el texto de casi todas las constituciones actuales, tiene un lugar en el que se le reconoce el derecho a la libertad de expresión. Para el uso de ese derecho, los grandes medios de información -la prensa, la radio, la televisión y el cinematógrafo- están sometidos a textos y reglamentaciones legales, acordados o dictados por los que ostentan o detentan el poder. O sea que, según sea el régimen político así sale de claro, limpio y libre, por los cuatro caños informativos, el pensamiento individual y colectivo del país.

Lo que nos importa a nosotros, precisamente por estar metidos en el ajo, es conservar, con un comportamiento enderezado, el derecho a informar y opinar con toda la libertad que nos confiere la Ley. Ni un pelo más allá de lo que ella nos señala, pero pudiendo llegar sin peligro y sin amenaza hasta ese pelo. El periódico es un vehículo de cultura, el que lleva a todo el ámbito de la nación, en letra impresa, lo que hace, lo que piensa, lo que siente, lo que espera el pueblo que lo habita, y lo que hace, lo que piensa, lo que proyecta el gobierno que lo rige; y también es el que mejor recoge, para exacta información del gobernante, el asentimiento o disentimiento nacional.

Pero, ¿cuál es la intensidad de lectura de prensa diaria en España? Una encuesta realizada por la UNESCO en 1968, la colocaba en el penúltimo lugar en la lista de los catorce países de la Europa occidental, entre Italia y Portugal, en demostración de que los "puros raciales" latinos están en situación de descenso en el campeonato mundial de la civilización. En Inglaterra, que iba a la cabeza de aquella clasificación, se leían entonces -hace un año o poco más 49'9 diarios por cada 100 habitantes y en España, 11. La diferencia es considerable, casi de vergüenza.

Sin disposiciones escritas, la doctrina de la libertad de información y de la empresa de prensa está en la esencia misma del régimen constitucional consuetudinario del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Y la matización, en lo que respecta a responsabilidad, se define bien en la siguiente fórmula de Lord Kayon: "Un hombre puede publicar lo que doce de sus conciudadanos (designados con el nombre de jurados) no juzguen condenable; pero deberá ser castigado si publica lo que ellos juzguen condenable". No obstante, los factores económicos, como son la escasez, la calidad y el precio del papel, pueden influir en lo que concierne a la libertad de expresión. Cuando, en 1940, ese gravísimo problema de la penuria de papel se le planteó a Inglaterra, le fueron conferidos al Gobierno poderes especiales para fijar y controlar la distribución y utilización de esa materia vitalísima para los diarios, y montó al instante un organismo oficial bajo la forma de sociedad comercial, en el que colaboraron estrechamente las empresas periodísticas y los fabricantes de papel. El Gobierno no tuvo necesidad de sacarse de la manga extrañas fórmulas compensatorias y los periódicos ingleses siguieron informando con libertad a sus lectores, hasta alcanzar la fabulosa tirada de 26.200.000 ejemplares para 53.441.000 habitantes.

No recordamos ahora qué ilustre periodista español dijo que "sin prensa libre ningún derecho vale lo que el papel en que está escrito". Y como es verdad, está bien a la vista.

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, págs. 549-550.

El periódico es un vehículo de cultura, el que lleva a todo el ámbito de la nación, en letra impresa, lo que hace, lo que piensa, lo que siente, lo que espera el pueblo que lo habita, y lo que hace, lo que piensa, lo que proyecta el gobierno que lo rige; y también es el que mejor recoge, para exacta información del gobernante, el asentimiento o disentimiento nacional.

VOLVER A VER LO VISTO

Decía Ortega que "nada es tan diferente de mi ver como lo visto", y héte aquí que, por azar de la querencia o por caprichoso desbocamiento de los caballos del coche, a la media tarde del último día setembrino poníamos rueda en la plaza de un pueblo aragonés. "Mira -le dije a mi mujer-; a esta misma hora y hace, justos y cabales, sesenta años, entrábamos por aquí, a pie, cogidos los cuatro de la mano, mi padre, mi madre, mi hermanilla y yo. Parecíamos cómicos de la legua y la patulea nos siguió, alborozada, hasta la fonda. Pero mi padre era maestro, venía a tomar posesión de la escuela y.

 

Tierra de mi pasado. ¿A qué y por qué había vuelto a ella? En el poyo de la barbacana cuatro viejos nos miraban con curiosidad. Sí, sí; eran Emilio, Antonio, Francisco, Manuel. Sentí en el alma una fruición amorosa, como una emoción tornasolada de un tiempo feliz. "¿Te acuerdas? ¿Os acordáis?" Íbamos girando hacia atrás las saetillas del reloj de nuestras vidas, hasta que recordamos aquel primer nido de la zamueca, aquella cacería de grillos y torrodanes, aquel primer partido de pelota, aquella primera ronda jotera y festejadora. Y nos pusimos a contar los "tus" y "tus" y "tus" y "tus" y ''yos" que habían muerto.

También el frontispicio de la iglesia, las paredes de las casas, los aleros de los tejados, los rollizos de las calles, la torre del campanario enseñaban sus descascarones, sus caries y sus herrumbres. Era la quietud de la piedra y el barro, regustándose en su agonía y que nosotros contemplábamos como una querulante esperanza de muerte.

A lo mejor -pensé- aquello estaba así, se había quedado así, en ayer, sin seguridad y sin progresión, porque, como núcleo urbano, el futuro o los futuros no le importaban nada. A él, a sus hombres, lo que les importa es el canal, la huerta, las torres, los olivares, las viñas, las tierras de labrantío del secano y... Monzón, Binéfar, Lérida y Barcelona, donde creen están los porvenires de los hijos. Tras la apariencia tórrida vetustez, San Esteban de Litera esconde bienestar y riqueza. Y el campo, el del llanar literano y el de las chesas que atenazan y aloman la gris cordillera prepirenaica que baja del Cantábrico a zambullirse en el Mediterráneo, es un cantar de realidades y de promesas abundosas.

-"Pues todo esto, y todo lo que le rodea, ha sido mío. ¿Y sabes cómo? -mi mujer me escuchaba, con estupor y absorta-; metiéndolo en versos, que fueron mi tesoro espiritual en la alborada de mis mocedades. Fíjate que octosílabo de romance es su nombre: San Esteban de Litera". Y soñando, volviendo a soñar lo soñado, echamos a rondar, anochecido ya, por las estrechas, polvorientas y descarnadas calles del pueblecico amado.

"Los gorriones de José María Hernández Pardos", Homenaje a José María Hernández, Barcelona, Edisven, 1971, págs. 463-464

 

 

 

 

 

 

 

Tras la apariencia tórrida vetustez, San Esteban de Litera esconde bienestar y riqueza. Y el campo, el del llanar literano y el de las chesas que atenazan y aloman la gris cordillera prepirenaica que baja del Cantábrico a zambullirse en el Mediterráneo, es un cantar de realidades y de promesas abundosas.

 

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